A Donde Vaya…

 Ayer tuve una sorpresa linda. De esas veces que no esperas que la vida te recuerde el núcleo de nuestras personalidades, de nuestras capas desprendiéndose y del origen de nuestras raíces. Entre la rutina de los días y las banalidades que ocupan absurdamente nuestras mentes, recibí una foto de la cuál no tenía idea de su existencia. Haciéndose «perdediza» entre un álbum de mi infancia, Marisela, mi madre, la encontró al parecer suelta entre sus hojas. Supongo decidió compartirla conmigo después de unos segundos o minutos observándola, mimándola, recordando el pasado con sus brazos morenos claros e imaginarios extendiédose hasta esos años donde podíamos abrazarnos más y más veces, donde todavía le llamaba «mami» y ella se abalanzaba ante cualquier dificultad. No pude evitar contemplar la foto y sentir su energía curativa al yo abrazarla como si abrazase al mismo universo, a todo lo que vale, a lo que realmente importa, al cariño más puro, sin condiciones, sin causa, sin límite. De pronto, comencé a tener pensamientos de duda. La imagen tenía tanta naturalidad y expresión que me costaba mucho evitar que el destino de una madre y un hijo no sea el de estar cerca, que fuese el estado natural de ambos; juntos, alimentados por una misma sonda desde la concepción de una existencia en desarrollo y un amor que rompe los esquemas desde su génesis.

¿Cómo es que nací con esa voluntad de explorar otras formas de entender el mundo caminando constantemente y simultáneamente teniendo un vínculo familiar (o maternal) tan arraigado? Quizás forma parte de los retos que me toca trascender. Quizás hay alguna razón oculta que no he sabido destapar. Sin embargo, la nostalgia de estar ausente físicamente no debe ser el foco de nuestra fotografía. A día de hoy donde me sobran lecciones por aprender y crecimiento individual, también he tenido la suerte de tomar decisiones que me han hecho dirigir mejor mi vida sin dejar de valorar el verdadero sentido de ella. Parte de esta revelación ha sido estar agradecido con mi pasado, con mi niñez, con el mayor regalo de todos: el tener una mamá imperfecta con un amor perfecto; que ante el ejemplo supo transmitir el amor incondicional que tanto nos hace falta a los seres humanos en nuestras rutinas, en nuestras posturas filosóficas, en nuestra vida matrimonial, en nuestra visión del entorno.

Gracias a ese desprendimiento de sí misma que le contemplé varias veces al darlo todo sin pedir una pizca a cambio, gracias a esa sencillez de ser siempre ella misma y buscar la belleza de la gente en los gestos más simples, gracias esa fortaleza casi sobrenatural, entre más pasa el tiempo mayor es la frecuencia con la que regreso a ese fundamento de mi vida. Qué fortuna haber sido criado por una mujer tan tierna y generosa que facilite mi manera de leer al universo y aceptar el amor sin condiciones.

Y de repente, abro mi celular y busco entre mi galería de nuevo la fotografía con mamá. Un beso interno me acaricia el corazón y me transporta a todos sus sacrificios, a los miedos naturales que debió tener al criarme y a la valentía que tuvo en muchas circunstancias de nuestra vida juntos. La abro, la observo no con mis ojos sino con mi alma, y la coloco con mis mejillas para sentir más cerca su sonrisa acaramelada, y me doy cuenta que su legado es mi responsabilidad y mi dicha.

Eres refugio, eres el comienzo y el destino mismo de mi historia. Gracias por darme esta claridad de vida. Te llevo a donde yo vaya…Te amo.

Pablo

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